"Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente", así comienza la historia que Pomponio Flato -ciudadano romano del orden ecuestre y filósofo- cuenta a Flavio, tal y como parece costumbre en la literatura romana. La cuestión es que Pomponio sufre de esa enfermedad que él comenta y, tras haber consultado unos pergaminos que caen en sus manos, emprende el camino hacia los confines del Imperio por encontrar remedio, siendo en este viaje protagonista de varios encuentros con nabateos, legiones romanas, hombres del desierto etc. hasta llegar a Nazaret en donde el destino le va a deparar unos acontecimientos extraños y misteriosos que van a necesitar de los buenos oficios de un sagaz "detective". El caso es que llegando a Nazaret, se encuentra con una serie de personajes muy conocidos del lector.
Conocidos desde un punto de vista histórico, lo que le permite establecer parangones con la actualidad, resultando de todo ello situaciones francamente cómicas. Vemos a un José, padre de un niño avispado e inteligente llamado Jesús a quien se le ve "en compañía de su primo Juan y otros rufianes de la misma calaña", y que "acabó expulsado de la sinagoga por sus opiniones heréticas y su persistente insubordinación". Jesús, ese niño díscolo, se propone demostrar la inocencia de su padre, el carpintero José, condenado a morir en la cruz por imputársele la muerte del rico Epulón. Vemos también a un leproso, Lázaro, malhumorado y ruin; a una niña, Lalita, hija de la samaritana Zara, amiga de Jesús, que acabará llamándose María y viviendo en Magdala… También se habla de "un terreno baldío perteneciente al templo, donde pronto, por decisión expresa del rey Herodes, se construirá un barrio de viviendas y comercios ¡al lado del Templo!...en cuanto se anuncie su desacralización…"
Pero, con todo y que las situaciones equívocas son tan oportunas e hilarantes, lo que realmente nos cautiva es la maestría con que Mendoza describe. Su prosa nos transporta fácilmente al lugar que quiere y el modo como cuenta es lo que nos hace sentir que estamos ante un escritor excepcional. Disfrutamos con su ironía, esa manera suya de usarla sin llegar nunca al sarcasmo, muestran la habilidad con que sabe usar el lenguaje. Y como ya he dicho, es un auténtico gozo subirse al carro de su magnífica prosa y dejarse llevar.
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