Por qué madres no hay más que una y, por que la nuestra siempre va a ser la mejor madre del mundo... Mami mía, ¡¡Gracias!!
Oh sol de mi niñez, madre
querida,
que te ocultas en nubes de pesares,
los ecos de mi alma entristecida
lleve hacia ti la brisa de los mares.
No muevo el arpa a melodioso
canto
por seguir el fantasma de la gloria,
cada son es la gota de este
llanto
que consagro a tu plácida memoria.
Si lleno de
pesar mi triste pecho
su llanto no vertiera en este día,
a mis
penas el alma cauce estrecho
en mares de dolor se anegaría.
Si yo culpable fui o si he sembrado
de crímenes la tierra que me abriga,
o al cielo en su justicia he provocado
¿por qué, oh madre,
por qué cruel te castiga?
¿Por qué sumida en la
doliente ausencia
te erige sus cadalsos el dolor?
Tu delito fue darme
la existencia,
¡fue tu delito tu materno amor!
¿Quién
de ti me apartará, madre mía?
¿Quién ha turbado tu feliz
anhelo?
el que trueca en desorden la armonía,
y la paz ahuyentó
del triste suelo.
El oro, sí, fue el oro mercenario
que abrojos presta al cabezal del hombre,
el oro a la ventura necesario
hasta de aquel que aborreció su nombre.
Lo buscaré,
sí, madre, y la ventura
a vivir con nosotros volverá,
su tiránica ley, de la natura
los vínculos de amor no romperá.
En arras pues de bienhechores tratos
van con destino, madre,
a tu sustento,
de mi primer afán los dones gratos,
son muestras
de esperanza y de contento.
Que no la vanidad ni las grandezas,
ni codicias injustas, criminales,
me impulsan a soñar con las riquezas,
mis fines son, lo juro, celestiales.
La paz del corazón,
el goce santo
de la familia en el honrado gremio,
el bien no individual,
son el encanto
que busca el corazón cual grato premio.
¡Ah! ¡Si cual ave que llevó ligera
a sus hijos las presas
inocentes,
en alas de mi amor volar pudiera
o darte mis abrazos elocuentes!
Tú me diste tu sangre en alimento
en la risueña
edad de mi lactancia,
hoy mi sudor, mi ser, todo mi aliento
los cuidados
te pagan de la infancia.
Y aún yacen en mi pecho enrojecidas
por fuego de virtud, las bendiciones
que me diste al partir, no desoídas
se pierdan tus maternas oraciones.
Bendigo, sí, a mi
vez, bendigo el oro
que así se presta a generoso empleo,
lo bendigo
también si enjuga el lloro
o redimiendo al infeliz lo veo.
Mas, oh madre, ¿qué alcanzo con que vivas
si los aromas de
tu amor no alcanzo?
¿qué te importan los dones que recibas
si en pos de tus caricias no me lanzo?
Adiós,
oh madre, pues, ruégale al cielo
que luzca siempre su genial bonanza
y nunca el triste y nebuloso velo
nos encubra ¡ay! ¡El sol
de la esperanza!
(Adiós al buen tiempo» : poesías
y mesenianas
Alejandro Tapia y Rivera 1857.)