Conocido internacionalmente por una obra tremendamente popular, el
Maestro Joaquín Rodrigo compuso nada menos de 170 piezas, incluyendo 11 conciertos, diversas obras para coros y orquestas, canciones, dúos para piano y guitarra, y música para ballet, teatro y cine.
"Durante la segunda mitad del siglo XX, Rodrigo llegó a ocupar un puesto en la vida musical española muy próximo al de Manuel de Falla". Igual que su mentor, "cultivó un estilo muy lejano de las corrientes habituales del desarrollo de música europea y hay que valorar su música dentro del contexto de la literatura, música y arte clásicos y tradicionales en España" (
NGDM).
Desde mi propia (más limitada) perspectiva, he estado escuchando algunas de sus obras para piano y orquesta en la excelente serie
Spanish Classics de Naxos. Me ha sorprendido el estilo abrasivo, incluso agresivo, que emplea en algunas de estas piezas. Los cuatro movimientos de El Concierto Heroico para piano (una revisión por Joaquín Achucarro de un trabajo anterior) empieza con una avalancha de ritmos orquéstales clamorosos y, aunque la obra se asienta luego a una dinámica más equilibrada con el precioso segundo movimiento Largo, supone un ejemplo del distintivo estilo español orgulloso al que hace referencia el NGDM.
Requiere tiempo hasta que alguien más habituado a escuchar la estructura muy distinta de los clásicos norte europeos se acostumbre a este estilo. Pero, una vez que uno haya entrado dentro del espíritu de este modernismo ibérico, resulta ser una música profundamente emocionante y fascinante.
Me ocurre lo mismo con otro disco de música para el piano (el primero en una serie), tocado con virtuosidad por Artur Pizarro. La primera pieza es A l’ombre de Torre Bermeja y empieza con un acorde estruendo seguido por cascadas de arpegios para luego entrar en una de las muchas melodías que llenan este disco - por ejemplo las dos canciones de cuna Primavera y Otoño, pero incluso allí, Otoño es marcado por una disonancia cristalina mientras entra y sale de una de las claves menores. Hay momentos, cuando uno escucha estas piezas, que la figuración de la música para guitarra nunca parece estar muy lejos.
Esta es una música preciosa, intelectualmente exigente y brillantemente colorida. No se trata nunca de escuchar un sonido por el mero hecho de escuchar un sonido. El Rey Juan Carlos concedió el muy apropiado título hereditario de Marqueses de los Jardines de Aranjuez en 1992.