LOS ASESORES
La vida del hombre actual es tan complicada y transcurre por un mar tan amenazado por deberes y obligaciones que la ayuda de expertos se nos presenta como imprescindible para cualquiera que esté en este mundo y quiera, de verdad, pasar al otro sin sobresaltos que precipiten el fin de la aventura.
Es indiscutible que el hombre, sea cual sea su sexo, condición y estatus, necesita a otros hombres para salir de las dificultades que le acechan desde su nacimiento. Al principio nuestros ancestros acudían al jefe de la tribu, después se recurría al amigo cercano y honorable y, en tiempos no lejanos, ante una crisis, era el médico o el cura, quien intervenía como mediador imprescindible en los tropiezos personales o familiares hasta el punto de que su valía y su renombre se medían por su disponibilidad y capacidad como mediador en las querellas ajenas.
Hoy los problemas son más complejos. . . Estamos inmersos en un enorme globo de intereses y la defensa de los propios supone un buen pertrecho de conocimientos imposible de manejar sin la ayuda de un ejército de especialistas que sepan mucho de poco, pero que conozcan la difícil tarea de largarte la cuerda adecuada para salvarte del naufragio. Lo cierto es que no te puedes mover sin que alguien te indique toda una estrategia de defensa o ataque; las tribulaciones y los miedos se han tecnificado tanto que ante un simple escrito con membrete de oficialidad te puedes quedar petrificado como la mujer de Lot, y no vuelves a respirar hasta que acudes a tu salvavidas con título de ASESOR.
Y como la necesidad hace virtud, y además es rentable, la profesión de asesor se ha multiplicado entre nosotros como las células se multiplican en los seres vivos. Recuerden la lista interminable que a bote pronto mana de mi memoria : jurídicos, contables, tributarios, laborales, inmobiliarios, tecnológicos, fiscales, hipotecarios, financieros, religiosos, industriales, bancarios, sexuales, matrimoniales, en multas, en divorcios…y así hasta el infinito.
Yo, que me considero un ciudadano de este mundo, siento que el “tengo derecho a callar sin la presencia de mi abogado”, importado de las películas americanas, me ha comido el coco, lo confieso , como también confieso mi complejo de que ante una simple inquietud mi propia opinión será probablemente la más estúpida y que sólo la de mi asesor será la acertada. En esta guerra de conveniencias a la que la sociedad me aboca me siento tropa y me tranquiliza que la estrategia la lleve otro aunque planee sobre mí la posibilidad de ser víctima.
Desde que apareció en escena la Empresa Familiar como elemento generador de derechos y obligaciones y, por lo tanto de conflictos( y como consecuencia de ganancias), han ocupado un papel importante en el casting de la trama los asesores especializados en la cosa. Los más prestigiosos bufetes han creado su departamento de expertos e incluso han nacido, a la sombra de los conflictos familiares, nuevas y prestigiosas firmas que reclaman su ración en el pastel de las golosas minutas que genera el deseo común de los bienintencionados empresarios empeñados en obtener a cualquier precio la paz en la empresa.
Es muy de agradecer que gracias a estos asesores se hayan obtenido resultados legales que benefician a este tipo de empresas, se haya conseguido avanzar en soluciones que intentan resolver los agrios problemas de la sucesión que de alguna manera facilita la continuidad de la empresa, e incluso se hay pretendido cuadrar el círculo de las futuras desavenencias con el cacareado Convenio Familiar. ¡Hasta se ha llegado a romper el cazurrismo de algunos en impedir que se sienten en el Consejo personas ajenas a la familia!
Pero mi admiración por esos resultados tangibles e innegables, que acreditan la necesidad de esas asesorías, no me priva de mi derecho a preguntar ¿se ha conseguido realmente la paz familiar?
En todos mis escritos he insistido en resaltar la dificultad que supone unir identidades que afectan al carácter, a los propios puntos de vista inherentes al ADN y a los inevitables “egos” personales que , en ocasiones, hacen imposible la empatía que debe primar en cualquier asociación entre humanos que pretenda objetivos comunes. Puedo afirmar que, cuando un empresario busca un asesor, espera , en su intimidad, que sus servicios ayuden a conseguir la deseada concordia familiar.
Se me dirá que los prestigiosos y muy ponderados asesores no incluyen en sus servicios la sanación de los espíritus que causan las guerras …Yo pregunto ¿no deberíamos comenzar por buscar un psicólogo o un psiquiatra especializado en sanar las patologías familiares?. El dictamen previo de un especialista de la mente facilitaría las soluciones de los otros problemas. Sería la estrategia adecuada. Pura lógica.
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Es indiscutible que el hombre, sea cual sea su sexo, condición y estatus, necesita a otros hombres para salir de las dificultades que le acechan desde su nacimiento. Al principio nuestros ancestros acudían al jefe de la tribu, después se recurría al amigo cercano y honorable y, en tiempos no lejanos, ante una crisis, era el médico o el cura, quien intervenía como mediador imprescindible en los tropiezos personales o familiares hasta el punto de que su valía y su renombre se medían por su disponibilidad y capacidad como mediador en las querellas ajenas.
Hoy los problemas son más complejos. . . Estamos inmersos en un enorme globo de intereses y la defensa de los propios supone un buen pertrecho de conocimientos imposible de manejar sin la ayuda de un ejército de especialistas que sepan mucho de poco, pero que conozcan la difícil tarea de largarte la cuerda adecuada para salvarte del naufragio. Lo cierto es que no te puedes mover sin que alguien te indique toda una estrategia de defensa o ataque; las tribulaciones y los miedos se han tecnificado tanto que ante un simple escrito con membrete de oficialidad te puedes quedar petrificado como la mujer de Lot, y no vuelves a respirar hasta que acudes a tu salvavidas con título de ASESOR.
Y como la necesidad hace virtud, y además es rentable, la profesión de asesor se ha multiplicado entre nosotros como las células se multiplican en los seres vivos. Recuerden la lista interminable que a bote pronto mana de mi memoria : jurídicos, contables, tributarios, laborales, inmobiliarios, tecnológicos, fiscales, hipotecarios, financieros, religiosos, industriales, bancarios, sexuales, matrimoniales, en multas, en divorcios…y así hasta el infinito.
Yo, que me considero un ciudadano de este mundo, siento que el “tengo derecho a callar sin la presencia de mi abogado”, importado de las películas americanas, me ha comido el coco, lo confieso , como también confieso mi complejo de que ante una simple inquietud mi propia opinión será probablemente la más estúpida y que sólo la de mi asesor será la acertada. En esta guerra de conveniencias a la que la sociedad me aboca me siento tropa y me tranquiliza que la estrategia la lleve otro aunque planee sobre mí la posibilidad de ser víctima.
Desde que apareció en escena la Empresa Familiar como elemento generador de derechos y obligaciones y, por lo tanto de conflictos( y como consecuencia de ganancias), han ocupado un papel importante en el casting de la trama los asesores especializados en la cosa. Los más prestigiosos bufetes han creado su departamento de expertos e incluso han nacido, a la sombra de los conflictos familiares, nuevas y prestigiosas firmas que reclaman su ración en el pastel de las golosas minutas que genera el deseo común de los bienintencionados empresarios empeñados en obtener a cualquier precio la paz en la empresa.
Es muy de agradecer que gracias a estos asesores se hayan obtenido resultados legales que benefician a este tipo de empresas, se haya conseguido avanzar en soluciones que intentan resolver los agrios problemas de la sucesión que de alguna manera facilita la continuidad de la empresa, e incluso se hay pretendido cuadrar el círculo de las futuras desavenencias con el cacareado Convenio Familiar. ¡Hasta se ha llegado a romper el cazurrismo de algunos en impedir que se sienten en el Consejo personas ajenas a la familia!
Pero mi admiración por esos resultados tangibles e innegables, que acreditan la necesidad de esas asesorías, no me priva de mi derecho a preguntar ¿se ha conseguido realmente la paz familiar?
En todos mis escritos he insistido en resaltar la dificultad que supone unir identidades que afectan al carácter, a los propios puntos de vista inherentes al ADN y a los inevitables “egos” personales que , en ocasiones, hacen imposible la empatía que debe primar en cualquier asociación entre humanos que pretenda objetivos comunes. Puedo afirmar que, cuando un empresario busca un asesor, espera , en su intimidad, que sus servicios ayuden a conseguir la deseada concordia familiar.
Se me dirá que los prestigiosos y muy ponderados asesores no incluyen en sus servicios la sanación de los espíritus que causan las guerras …Yo pregunto ¿no deberíamos comenzar por buscar un psicólogo o un psiquiatra especializado en sanar las patologías familiares?. El dictamen previo de un especialista de la mente facilitaría las soluciones de los otros problemas. Sería la estrategia adecuada. Pura lógica.
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