J U B I L A D O
EL DIA DEL CALICHE
José había llegado de Abanilla. Los emigrantes de entonces venían de Murcia, Granada, Extremadura o de Jaén, y...siempre procedían de tierras con agujeros de hambre. Su escuela: el bancal y sus maestros: el arado, la azada y el legón. Firmaba las nóminas con el pulgar porque jamás supo de letras ni de números. Le llamábamos El Negro porque poco a poco el sol le había impreso la cara y las manos de moreno oscuro. Introvertido y a menudo huraño, ni siquiera charlaba a la hora del almuerzo que sólo animaba con un trozo de pan y una sardina de bota; siempre apartado del grupo. Tenía una ulcera de estómago que le agriaba el humor hasta ocultar la más leve sonrisa.
José vino a despedirse porque se jubilaba - “¿y qué harás ahora, José?- y con la primera sonrisa en treinta años : “jugar al caliche, jefe”. Alguna vez le había visto jugar los Domingos, con sus paisanos, junto a la Rambla, y deduje, una vez más, que era la evasiva de quien se niega a abrirse.
Muchos meses después me crucé con él todo endomingado y, por primera vez, con un semblante feliz. ”¿Qué tal el caliche, José?- Muy bien, jefe, me saco unas pesetillas jugando y con eso y la paga nos apañamos la Maria y yo sin los hijos que ya viven por su cuenta”.
No lo he vuelto a ver; probablemente murió, y es posible que siga con su caliche jugando en el otro mundo, porque para mí, José, en éste, había encontrado su parte de felicidad. Esta historia es verídica: se llamaba Jose Rocamora y nunca volvió a su tierra. Conservo unas fotografías de José... jugando al caliche, evidentemente.
EL CALICHE
Al caliche se juega mucho en la huerta murciana. El juego consiste en acercar unas piezas de plomo del tamaño de una galleta, desde una larga distancia, al canuto de caña (el caliche) que soporta unas monedas que suman la apuesta. El jugador al lanzar acerca lo más posible su pieza al caliche . Cuando el caliche es derribado las monedas caen y en su derrumbe las piezas más cercanas al dinero se hacen con la apuesta. Doy fe de su diversión porque en mi tiempo de colegial lo jugué con frecuencia.
Estuve dudando cómo titular este capítulo: me tentaba llamarlo “ El día después”, también pensé en titularlo como la película “El dia de la Bestia” e incluso casi decidí ”La felicidad ignorada”, pero luego recordé a mi fiel José (treinta años a mi lado) y pensé que el caliche era la clave de cuanto quería transmitir.
LOS FANTASMAS
Es seguro que al recién jubilado le agobian pensamientos negativos que le amargan la existencia. Sentir en lo mas hondo que se acabó la vida activa conduce a una sensación de inutilidad, de incomunicación , de arrumbamiento, y de sentirse hubicado en la estantería más alta de la biblioteca donde las páginas quedan al borde del olvido. Y ahí no acaba el agobio: pensamientos como-"¿qué voy a hacer mañana?, he pasado del estrés al aburrimiento, soy un viejo, me siento aislado, estoy acabado ", vendrán acompañados inevitablemente de pesimismo ante el futuro y desengaño ante la vida, olvidando, incomprensiblemente que vivir es transcurrir hacia delante, nunca hacia atrás.
Y es que a los jubilados, que tocan con la punta de sus dedos la realidad de la vejez, nos cuesta y nos duele admitir que una etapa de nuestra existencia se ha consumido irremediablemente como también se consumieron la niñez, la pubertad y la juventud...Nos rebelamos contra lo inevitable.
Son los fantasmas de la edad madura; aparecen puntuales, mortifican y, si tiras de la sábana, los descubres, ves que carecen de entidad, y que son sólo eso... fantasmas. Las historias, los cuentos que escuchamos cuando niños y las películas sobre fantasmas, existen, se apoyan en realidades, pero no están más que en la mente de quien las imagina y las crea. Cuando uno despierta después de un mal sueño, con el corazón aún estallando, recupera la realidad, la bestia ha desaparecido y la serenidad vuelve a su cauce.
UNA HISTORIA DE SEMILLAS
Maica, una amiga reencontrada, me ha enviado un vídeo que narra una bellísima y tierna historia. Resumo:
Un señor monta en un autobús y observa, que su compañera de asiento, una anciana entrañable, va tirando por la ventanilla, durante todo el trayecto, algo que extrae de una bolsita. Esta escena se repitió día a día, hasta que nuestro intrigado amigo acabó preguntándole” ¿qué tira por la ventana? –“ son semillas” – “¿semillas de qué?”- son semillas de flores, la carretera está llena de asfalto, todo es feo y seco y algún día me gustaría ver el camino lleno de color” – pero ¿ como van a brotar si todo está yermo? además los pájaros las comerán y los coches las aplastarán “
- “ yo hago lo que puedo hacer, ya vendrán días de lluvia”,- respondió la anciana. El viajero pensó que aquella anciana estaba loca.
Unos meses después, nuestro hombre al ir al trabajo descubrió, desde el autobús, que las laderas del asfalto estaban llenas de flores innundando el trayecto. Preguntó al conductor por la anciana de las semillas - ”murió hace un mes”- le respondió..y nuestro viajero pensó”¿de qué ha servido su trabajo si no ha podido ver su obra? . En ese instante a su espalda oyó los gritos de un niño :”¡ mira papá, qué bonito, la carretera está llena de flores!”.
Dicen que nuestro hombre, desde ese día, cada vez que toma el autobús va tirando por la ventanilla, desde su bolsita, semillas de flores..
No, la vida no se acaba con la jubilación. Cambiar de actividad, transformar el modo de vida, mirar hacia delante, llenar de contenido nuestro tiempo es el secreto de una vejez fecunda y satisfactoria. La vida continúa y hay que seguir la biografía.
Mi amigo José, el del caliche, había encontrado su quehacer y nuestra anciana había hecho “lo que podía hacer” para dejar a los demás su parte de felicidad.
Tanto el uno como el otro habían tirado a la basura la sábana y los fantasmas.
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José había llegado de Abanilla. Los emigrantes de entonces venían de Murcia, Granada, Extremadura o de Jaén, y...siempre procedían de tierras con agujeros de hambre. Su escuela: el bancal y sus maestros: el arado, la azada y el legón. Firmaba las nóminas con el pulgar porque jamás supo de letras ni de números. Le llamábamos El Negro porque poco a poco el sol le había impreso la cara y las manos de moreno oscuro. Introvertido y a menudo huraño, ni siquiera charlaba a la hora del almuerzo que sólo animaba con un trozo de pan y una sardina de bota; siempre apartado del grupo. Tenía una ulcera de estómago que le agriaba el humor hasta ocultar la más leve sonrisa.
José vino a despedirse porque se jubilaba - “¿y qué harás ahora, José?- y con la primera sonrisa en treinta años : “jugar al caliche, jefe”. Alguna vez le había visto jugar los Domingos, con sus paisanos, junto a la Rambla, y deduje, una vez más, que era la evasiva de quien se niega a abrirse.
Muchos meses después me crucé con él todo endomingado y, por primera vez, con un semblante feliz. ”¿Qué tal el caliche, José?- Muy bien, jefe, me saco unas pesetillas jugando y con eso y la paga nos apañamos la Maria y yo sin los hijos que ya viven por su cuenta”.
No lo he vuelto a ver; probablemente murió, y es posible que siga con su caliche jugando en el otro mundo, porque para mí, José, en éste, había encontrado su parte de felicidad. Esta historia es verídica: se llamaba Jose Rocamora y nunca volvió a su tierra. Conservo unas fotografías de José... jugando al caliche, evidentemente.
EL CALICHE
Al caliche se juega mucho en la huerta murciana. El juego consiste en acercar unas piezas de plomo del tamaño de una galleta, desde una larga distancia, al canuto de caña (el caliche) que soporta unas monedas que suman la apuesta. El jugador al lanzar acerca lo más posible su pieza al caliche . Cuando el caliche es derribado las monedas caen y en su derrumbe las piezas más cercanas al dinero se hacen con la apuesta. Doy fe de su diversión porque en mi tiempo de colegial lo jugué con frecuencia.
Estuve dudando cómo titular este capítulo: me tentaba llamarlo “ El día después”, también pensé en titularlo como la película “El dia de la Bestia” e incluso casi decidí ”La felicidad ignorada”, pero luego recordé a mi fiel José (treinta años a mi lado) y pensé que el caliche era la clave de cuanto quería transmitir.
LOS FANTASMAS
Es seguro que al recién jubilado le agobian pensamientos negativos que le amargan la existencia. Sentir en lo mas hondo que se acabó la vida activa conduce a una sensación de inutilidad, de incomunicación , de arrumbamiento, y de sentirse hubicado en la estantería más alta de la biblioteca donde las páginas quedan al borde del olvido. Y ahí no acaba el agobio: pensamientos como-"¿qué voy a hacer mañana?, he pasado del estrés al aburrimiento, soy un viejo, me siento aislado, estoy acabado ", vendrán acompañados inevitablemente de pesimismo ante el futuro y desengaño ante la vida, olvidando, incomprensiblemente que vivir es transcurrir hacia delante, nunca hacia atrás.
Y es que a los jubilados, que tocan con la punta de sus dedos la realidad de la vejez, nos cuesta y nos duele admitir que una etapa de nuestra existencia se ha consumido irremediablemente como también se consumieron la niñez, la pubertad y la juventud...Nos rebelamos contra lo inevitable.
Son los fantasmas de la edad madura; aparecen puntuales, mortifican y, si tiras de la sábana, los descubres, ves que carecen de entidad, y que son sólo eso... fantasmas. Las historias, los cuentos que escuchamos cuando niños y las películas sobre fantasmas, existen, se apoyan en realidades, pero no están más que en la mente de quien las imagina y las crea. Cuando uno despierta después de un mal sueño, con el corazón aún estallando, recupera la realidad, la bestia ha desaparecido y la serenidad vuelve a su cauce.
UNA HISTORIA DE SEMILLAS
Maica, una amiga reencontrada, me ha enviado un vídeo que narra una bellísima y tierna historia. Resumo:
Un señor monta en un autobús y observa, que su compañera de asiento, una anciana entrañable, va tirando por la ventanilla, durante todo el trayecto, algo que extrae de una bolsita. Esta escena se repitió día a día, hasta que nuestro intrigado amigo acabó preguntándole” ¿qué tira por la ventana? –“ son semillas” – “¿semillas de qué?”- son semillas de flores, la carretera está llena de asfalto, todo es feo y seco y algún día me gustaría ver el camino lleno de color” – pero ¿ como van a brotar si todo está yermo? además los pájaros las comerán y los coches las aplastarán “
- “ yo hago lo que puedo hacer, ya vendrán días de lluvia”,- respondió la anciana. El viajero pensó que aquella anciana estaba loca.
Unos meses después, nuestro hombre al ir al trabajo descubrió, desde el autobús, que las laderas del asfalto estaban llenas de flores innundando el trayecto. Preguntó al conductor por la anciana de las semillas - ”murió hace un mes”- le respondió..y nuestro viajero pensó”¿de qué ha servido su trabajo si no ha podido ver su obra? . En ese instante a su espalda oyó los gritos de un niño :”¡ mira papá, qué bonito, la carretera está llena de flores!”.
Dicen que nuestro hombre, desde ese día, cada vez que toma el autobús va tirando por la ventanilla, desde su bolsita, semillas de flores..
No, la vida no se acaba con la jubilación. Cambiar de actividad, transformar el modo de vida, mirar hacia delante, llenar de contenido nuestro tiempo es el secreto de una vejez fecunda y satisfactoria. La vida continúa y hay que seguir la biografía.
Mi amigo José, el del caliche, había encontrado su quehacer y nuestra anciana había hecho “lo que podía hacer” para dejar a los demás su parte de felicidad.
Tanto el uno como el otro habían tirado a la basura la sábana y los fantasmas.
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