LA VUELTA
Cuando me enfrento al teclado después de varios meses de ausencia, me siento deudor. No me importa si mis escritos llegan a muchos o pocos, si entretienen o aburren; tampoco sé si alguien me echa de menos o si se me ignora. La verdad es que nadie me reclama nada, pero no puedo evitar ese sentimiento de obligación incumplida; la desazón de quien, pudiendo, no ha hecho lo que debía. Lo lamento ante el juez de mi propia intimidad y ante el jurado de quien crea que no digo sandeces cuando pretendo sacarle punta a mi vida
Hace ya dos años que, ante mí mismo, me comprometí a escribir sobre lo que llamara mi atención sin más ánimo que el de traducir a letras lo que pudiese interesar a otros desde mis experiencias personales. Me prometí a mí mismo no traicionar mi libertad y sentarme a escribir cuando me viniese en gana. Pero la gana es mala consejera. Lo puedo asegurar, “mea culpa” .
Hace ya dos años que, ante mí mismo, me comprometí a escribir sobre lo que llamara mi atención sin más ánimo que el de traducir a letras lo que pudiese interesar a otros desde mis experiencias personales. Me prometí a mí mismo no traicionar mi libertad y sentarme a escribir cuando me viniese en gana. Pero la gana es mala consejera. Lo puedo asegurar, “mea culpa” .