LA TATA CARMEN
Carmen había nacido en el corazón de la huerta oriolana como las cebollas, las patatas o los tomates. La primera vez que la vi, a mis quince años, estaba en la cocina recién llegada; con aspecto de pajarillo asustado, sin atreverse a mirar, vestida de negro descolorido, flaca , pequeña, arrugada y seca, como las ñoras bajo el inclemente sol huertano. Aparentaba treinta años y sólo contaba 18 con una historia cargada de sufrimientos, de desamor, de abandono e incomprensión a sus espaldas. Huía de un pasado reciente que la marcaba en su villorrio.
Había venido con la esperanza de ser la leche adecuada para amamantar a mi hermana, recién nacida, que sobrevivía de prestado gracias a una amiga de la casa a la que le sobraba leche después de amamantar a su hijo .
Eran los años 50 y, en aquella época, cuando la madre no podía criar al recién nacido, había que buscar, a toda prisa, una sustituta porque las leches maternizadas no existían y eran pocas las criaturas que podían digerir la leche ,excesivamente grasa, de las vacas. Se hacía correr la voz de la búsqueda y los padres respiraban su desasosiego cuando se encontraba la leche adecuada. Fue una fiesta encontrar a Carmen.
Carmen , como todas las amas de cría, pasó a ser la mimada de la casa. Los mejores alimentos,
la mejor vigilancia médica eran para Carmen. y, también, las noches de insomnio, la inquietud de la maternidad, las fiebres, los flatos y las indigestiones del mamoncillo.
Creció así un cariño tan íntimo y tan prieto que, al crecer el tiempo, la madre alquilada se convertía en el nido, el amor más entrañable y el refugio de mi hermana; y, mi madre, pasó a desempeñar el ingrato papel de correctora implacable del excesivo mimo que Carmen repartía sin mesura a diestro y siniestro.
Pasaron los años, acabó la crianza, y Carmen, a fuerza de terneza y de bondad, fue ablandando la rigidez de mis padres y la distancia obligada,- intransigencias de la época- de mis cuatro hermanos, hasta convertirse en un miembro más de la numerosa familia.
-" Carmen, que venga Carmen", "Carmen, el café", "Carmen sabe donde está", "Carmen te lo soluciona"-...siempre Carmen. Sirviendo a unos y otros se hizo vieja en nuestra casa y, no teniendo bastante con sus paredes, derramó su bondad por todo el barrio A todos atendía, a todos mimaba y entre todos repartió su amor construido de sacrificios, desvelos, y de toda la ternura de que es capaz un ser humano. .
Cuantas veces la muerte hizo presa en la casa ayudó al transito como nadie y, sólo después, tiñó sus brillantes ojos azul-cielo con el rojo, hinchado de dolor infinito e inconsolable, que sólo lucen la s gentes de pueblo.
Cuando llegaron nuevas criaturas, ya, para ella, nietos, revivió con entusiasmo su oficio magistral “de ama seca” sacando lo que le quedaba aún de bien querer para que nadie creciera sin el testimonio de su cariño.
Apenas sabía leer y nadie se ocupó de que aprendiera más que a servir... y eso ya lo hacía ella desde que, entre tormos, la parió su madre. Es cierto que tampoco le interesaba saber más porque en la escuela de su vida había aprendido que lo único importante son los otros.
Con sólo su cariño llegó a ser la amiga de nuestros amigos y la confianza de todos.
Ella no fue nunca ni la hermana mayor, ni la tía soltera.,ni la sustituta de nadie; fue siempre la parte fiable, noble y leal de nosotros mismos.
El domingo pasado se le rompió el corazón , como no podía ser de otro modo, en el regazo de su hija con la que , muerta mi madre, rehizo una nueva vida. . Ese día llenó la iglesia con deudores de tanto amor.
Con la tata Carmen desaparece una generación de inigualables y sacrificadas mujeres que, no solo con sus pechos hicieron posible la vida de muchos, sino que, además, cumplieron con creces la difícil tarea de repartir amor y bondad en un mundo repleto de egoísmos y desencuentros.
Soy consciente de que corro el riesgo de que esta carta se interprete como un adiós sentimental y obligado.
Si esto llega a los jóvenes apenas entenderán nada. Se hace difícil comprender que hubo un tiempo en que la gente alquilase la leche de las personas; los modelos actuales son diferentes.
Si me leen los mayores pensarán que muchos conocieron a otras CARMEN . Desde aquí mi homenaje para todas las que, como ella, humanizaron nuestras vidas.
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Había venido con la esperanza de ser la leche adecuada para amamantar a mi hermana, recién nacida, que sobrevivía de prestado gracias a una amiga de la casa a la que le sobraba leche después de amamantar a su hijo .
Eran los años 50 y, en aquella época, cuando la madre no podía criar al recién nacido, había que buscar, a toda prisa, una sustituta porque las leches maternizadas no existían y eran pocas las criaturas que podían digerir la leche ,excesivamente grasa, de las vacas. Se hacía correr la voz de la búsqueda y los padres respiraban su desasosiego cuando se encontraba la leche adecuada. Fue una fiesta encontrar a Carmen.
Carmen , como todas las amas de cría, pasó a ser la mimada de la casa. Los mejores alimentos,
la mejor vigilancia médica eran para Carmen. y, también, las noches de insomnio, la inquietud de la maternidad, las fiebres, los flatos y las indigestiones del mamoncillo.
Creció así un cariño tan íntimo y tan prieto que, al crecer el tiempo, la madre alquilada se convertía en el nido, el amor más entrañable y el refugio de mi hermana; y, mi madre, pasó a desempeñar el ingrato papel de correctora implacable del excesivo mimo que Carmen repartía sin mesura a diestro y siniestro.
Pasaron los años, acabó la crianza, y Carmen, a fuerza de terneza y de bondad, fue ablandando la rigidez de mis padres y la distancia obligada,- intransigencias de la época- de mis cuatro hermanos, hasta convertirse en un miembro más de la numerosa familia.
-" Carmen, que venga Carmen"
Cuantas veces la muerte hizo presa en la casa ayudó al transito como nadie y, sólo después, tiñó sus brillantes ojos azul-cielo con el rojo, hinchado de dolor infinito e inconsolable, que sólo lucen la s gentes de pueblo.
Cuando llegaron nuevas criaturas, ya, para ella, nietos, revivió con entusiasmo su oficio magistral “de ama seca” sacando lo que le quedaba aún de bien querer para que nadie creciera sin el testimonio de su cariño.
Apenas sabía leer y nadie se ocupó de que aprendiera más que a servir... y eso ya lo hacía ella desde que, entre tormos, la parió su madre. Es cierto que tampoco le interesaba saber más porque en la escuela de su vida había aprendido que lo único importante son los otros.
Con sólo su cariño llegó a ser la amiga de nuestros amigos y la confianza de todos.
Ella no fue nunca ni la hermana mayor, ni la tía soltera.,ni la sustituta de nadie; fue siempre la parte fiable, noble y leal de nosotros mismos.
El domingo pasado se le rompió el corazón , como no podía ser de otro modo, en el regazo de su hija con la que , muerta mi madre, rehizo una nueva vida. . Ese día llenó la iglesia con deudores de tanto amor.
Con la tata Carmen desaparece una generación de inigualables y sacrificadas mujeres que, no solo con sus pechos hicieron posible la vida de muchos, sino que, además, cumplieron con creces la difícil tarea de repartir amor y bondad en un mundo repleto de egoísmos y desencuentros.
Soy consciente de que corro el riesgo de que esta carta se interprete como un adiós sentimental y obligado.
Si esto llega a los jóvenes apenas entenderán nada. Se hace difícil comprender que hubo un tiempo en que la gente alquilase la leche de las personas; los modelos actuales son diferentes.
Si me leen los mayores pensarán que muchos conocieron a otras CARMEN . Desde aquí mi homenaje para todas las que, como ella, humanizaron nuestras vidas.
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