MI CARBONERO
Desde que llegó la primavera viene a mi ventana un pajarillo. Ahora mismo está conmigo al otro lado del cristal. Vivo en el campo y las ventanas enrejadas y grandes, me permiten recibir el impacto del paisaje y ver a cuantos comparten mis cosas. Un constante privilegio que me dejó mi madre para su recuerdo..
Ese pajarito se apoya en los hierros y picotea con furor, durante varios minutos, el cristal con un martilleo agresivo y monótono que a mí ya me suena a recordatorio de su puntualidad. . Esto viene haciéndolo todos los días repetidas veces y casi de sol a sol. Sus plumas de la capa se tiñen grises con dos rayas de luna blanca y se adorna con una cabecita de negropuro que le baja y desparrama por su pecho hasta formar una mancha definida sobre el blanco que cubre el resto de su cuerpecito hasta la cola. Mi amigo Ignacio, el ornitólogo, dice que es un “Carbonero”.
Al principio pensé que buscaba mosquitos que, imaginaba, se pegaban al cristal. Pero me mosqueó tanta constancia, tanto ir y venir, y tanto ruido, rompiendo mi silencio mientras leo o escribo. Empezó como una bonita sorpresa y ahora se está convirtiendo en sonoro repique y monótono compañero. Mi amigo me dice que es macho y tiene cerca el nido . Se vé a sí mismo en el cristal y ataca creyendo que “el otro” viene a perturbar su territorio, mientras la hembra coronada de marron clarito, está empollando en el nido..
Es curioso cómo la naturaleza imprime ese instinto de defensa de los padres hacia los hijos hasta llegar a una agresividad , que en ocasiones, puede acabar con ellos mismos con tal de salvar a la prole. Me horroriza que mi pajarillo llegue a romperse la nuca contra el cristal.
Supongo que, cuando los polluelos vuelen por su cuenta, mi carbonero desaparecerá tal vez para siempre. Su función paternal habrá terminado y, respetando las leyes naturales, la familia se disolverá definitivamente . Mas tarde fieles a su función vital, formarán nuevos nidos que florecerán al llegar la nueva primavera Dios sabe donde. El padre, mi pajarillo, no sabrá nunca que yo le esperaré, aunque pico y vidrio rompan mis silencios.
Los humanos, como seres vivos, seguimos la ley de la prole pero..., con la inteligencia añadida, nos engañamos como mi carbonero con el cristal. Creemos que nuestros hijos son nuestra mayor propiedad y, engañados por un deber que enmascara un afán de dominio, nos empeñamos en impedirles volar llevándose su independencia. Tal vez deberíamos parecernos más a los pájaros: evitaríamos roturas que asfixian el alma.
Ese pajarito se apoya en los hierros y picotea con furor, durante varios minutos, el cristal con un martilleo agresivo y monótono que a mí ya me suena a recordatorio de su puntualidad. . Esto viene haciéndolo todos los días repetidas veces y casi de sol a sol. Sus plumas de la capa se tiñen grises con dos rayas de luna blanca y se adorna con una cabecita de negropuro que le baja y desparrama por su pecho hasta formar una mancha definida sobre el blanco que cubre el resto de su cuerpecito hasta la cola. Mi amigo Ignacio, el ornitólogo, dice que es un “Carbonero”.
Al principio pensé que buscaba mosquitos que, imaginaba, se pegaban al cristal. Pero me mosqueó tanta constancia, tanto ir y venir, y tanto ruido, rompiendo mi silencio mientras leo o escribo. Empezó como una bonita sorpresa y ahora se está convirtiendo en sonoro repique y monótono compañero. Mi amigo me dice que es macho y tiene cerca el nido . Se vé a sí mismo en el cristal y ataca creyendo que “el otro” viene a perturbar su territorio, mientras la hembra coronada de marron clarito, está empollando en el nido..
Es curioso cómo la naturaleza imprime ese instinto de defensa de los padres hacia los hijos hasta llegar a una agresividad , que en ocasiones, puede acabar con ellos mismos con tal de salvar a la prole. Me horroriza que mi pajarillo llegue a romperse la nuca contra el cristal.
Supongo que, cuando los polluelos vuelen por su cuenta, mi carbonero desaparecerá tal vez para siempre. Su función paternal habrá terminado y, respetando las leyes naturales, la familia se disolverá definitivamente . Mas tarde fieles a su función vital, formarán nuevos nidos que florecerán al llegar la nueva primavera Dios sabe donde. El padre, mi pajarillo, no sabrá nunca que yo le esperaré, aunque pico y vidrio rompan mis silencios.
Los humanos, como seres vivos, seguimos la ley de la prole pero..., con la inteligencia añadida, nos engañamos como mi carbonero con el cristal. Creemos que nuestros hijos son nuestra mayor propiedad y, engañados por un deber que enmascara un afán de dominio, nos empeñamos en impedirles volar llevándose su independencia. Tal vez deberíamos parecernos más a los pájaros: evitaríamos roturas que asfixian el alma.